jueves, 27 de agosto de 2009

El miedo/odio o el respeto/amor, factores que nos motivan a controlar el juego.

El papel del ego suele ser administrar el miedo/odio y el respeto/amor. El ego le dice a la conciencia si se ha cumplido el objetivo, la conciencia valora si se ha hecho conforme a las reglas, el consciente nos advierte si hay más partes del jardín que regar. Si se viola la única regla, las mangueras dejarán de recibir la presión, desequilibraran a la voluntad y el juego acabará al traste. Soportar la afluencia de la presión hasta que la conciencia de el permiso hacia donde se soltará la ‘pelota’ sin perder su control, es la ilusión de que podemos controlar nuestra voluntad; y es un grave error creer esa ilusión.

Hay que administrar y no retener conforme al ego (o a las críticas del jardinero). Las situaciones que ponen a prueba al jugador, someten a un desgaste emotivo/racional que, de prolongarse mucho en el tiempo, acabará cediendo por el lado de menor resistencia, independientemente de lo que indique nuestra conciencia.
Las experiencias emotivo-racionalmente desequilibradas, solemos evitarlas, y de darse una situación así, procuramos huir, aun si no pudiéramos huir, acabaríamos sucumbiendo al descontrol y a un resultado no previsto, (lo que se suele hacer en las discotecas) lo que nos deja indefensos y sin protección emocional, a manos del individuo que sí está dominando.

Ese es el estado en el que se encuentran muchos profesionales de la religión o de mujeres maltratadas, así como de ciudadanos de sociedades democráticas en donde ven que quejarse tiene el mismo valor que rascarse el pie, cuando uno tose. Primero han sido víctimas de un maltrato psicológico que los ha desprovisto de toda dignidad: Las entidades administrativas de un estado democrático, crean un entramado tan costoso desde el punto de vista emocional, que para cuando ya se está atendiendo la reclamación, nuestro problema ya no tiene solución. Las han sometido por la vía: O haces lo que mando o no recibes el premio. Para cuando se ha recibido el paradójico ‘premio’, ya carece de todo valor. O sencillamente no se recibe, porque el sistema democrático ofrece a sus ciudadanos una atención de página Web: Lo siento caballero, el sistema no me permite incluir ese dato en el sistema; Lo siento, no tengo privilegios para saltarme la cola, aunque usted me traiga un papel firmado de una autoridad que me comprometa a saltarme esa lista: Acuda a atención al impaciente.

Si no es ni divertido ni entretenido que eso suceda, es aun peor que quien hable de esa manera, o el portavoz de la autoridad por la cual se expresa, por lo general no respeta ni su propia palabra… hummm, esto huele a política.

Dicha situación no es algo sano. Romper las normas de la conciencia a base de la debilidad estructural de la inteligencia, es romper la paz mental del individuo; es como someterlo a un ‘tercer grado’. Una persona que ha sufrido de esa manera necesita un tiempo semejante al de un niño, para rehacer todas sus estructuras de inteligencia que le dotarán de autoestima y de control sobre la pelota de su jardín, o sea: Reaprender nuevos planteamientos, porque los ya experimentados no han servido, por lo que retenerlos en el cerebro solo nos causa mayor desgaste. Deberá entrenarse para retornar al campo de juego. De toda su experiencia pasada, tendrá la ventaja de haber aprendido, será un refuerzo que le dotará de fortaleza moral, y jamás volverá a ser engañado en ese campo.

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