viernes, 28 de agosto de 2009

El ojo transmite, el cerebro conceptualiza:

De adultos damos por sentado que es una persona y que es un objeto. Pero el proceso por el cual llegamos a esa ‘sentada’ es un apasionante entramado de psicodinamismo. Comenzamos con un ojo que no es capaz de enfocar, pues no recibe las señales que lo hacen trabajar así. Por el tacto el niño comienza a sentir que hay cosas en su medio, por un lado toca, por otro siente una especie de luz. Cuando logra establecer una correlación entre el tácto y la vista es cuando el cerebro manda la primera señal a los músculos que permiten enfocar. Al principio es caótico, el tacto y la vista no siempre acompañan, se observa al bebe tambalear la mano cuando la usa para agarrar a un dedo que observa frente a su campo visual. Por el contrario, su pulso no tambalea cuando se coge el pie. Bien, tenemos el primer tramo recorrido, ahora queda distinguir entre objetos y personas. Es básicamente sencillo: Una persona nos hace sentir sin nosotros pedirlo, un objeto requiere de nuestra voluntad para que podamos sentir algo. El olfato indica que persona es de confianza y cual no. Por lo pronto, el olor de madre es inconfundible, la voz de la madre, las caricias, los mimos, cuidados y demás atenciones permiten al bebé ir conceptualizando qué es una persona.
Por lo tanto, una persona no es una imagen con cabeza, piernas, brazos, tronco, etc. Una persona es un objeto capaz de hacernos sentir a plenitud sin nosotros buscarlo. Un animal nos hace sentir, pero no plenamente. Por lo tanto para un bebé algo que no le haga sentir pleno no será un igual.
Entendido que a los objetos se le asocian emociones, el bebe comprenderá que sus padres solo son aquellos en los que puede confiar con toda su emotividad.Confiar nuestra emotividad a una figura ajena a nosotros mismos, aligera la carga cerebral y permite un aprendizaje mucho mayor.

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